viernes, 21 de noviembre de 2008

THEODOR W. ADORNO

¿Han pasado 100 años de aquel 11 de septiembre de 1903 en que naciera Theodor W. Adorno. ¿Cómo reflexionar, desde el pesebre, sobre las siguientes frases: “¿Es democrática la cultura de masas? ¿Es la vida cotidiana una experiencia corrompida?”. ¿Quién se atrevería a levantar, frente a la estandarización mundial, una dialéctica negativa? ¿Cómo atreverse, cuando el pensamiento que se ha convertido en un parque temático, a programar un curso sobre la dialéctica de la ilustración o del iluminismo? ¿Cómo proponer como lectura los retazos de minima moralia en busca de un sujeto inexistente? ¿Se imaginan un máster universitario regionalista o nacionalista que versara sobre la estética del prejuicio, siguiendo el modelo de la escuela guiada por Max Horkheimer? ¿Cómo programar las obras de Alban Berg y de Schönberg, siguiendo las reflexiones de Adorno sobre la música? ¿Cómo recitar ahora que Wagner puso en juego la auténtica manera alemana contra la bagatela latina utilizando la crítica al mercado cultural para hacer apología de la barbarie?
Ni siquiera la barbarie, como afirmara Nietzsche, es ya estilizada. ¿Quién se atreve a decir que la industria cultural es un sistema ideológico? ¿Cómo, en fin, apartarse los productos de esas masas que reclaman obstinadamente la ideología, incluso en aquellos productos vendidos como delicatessen? ¿Quién se atreverá a negar que ahora, en el apogeo supuesto del liberalismo, la cultura es una producción multimediática y estatal, cuyos modelos de producción y objetivos son hijos de las producciones culturales totalitarias?
Tal vez, tras una lectura detenida de las obras de Adorno sea posible que alguien se atreva a sostener un esfuerzo prolongado que produzca algún pensamiento ajeno al conformismo, alguien que, con tiempo suficiente, se dedique a los matices. Alguien cuyo fin no sea conseguir la altiva libertad de ser esclavo. Porque, al paso que vamos, es posible que un día de éstos un procónsul de la industria cultural pronuncie la frase de Trakl: “Dígannos desde cuándo estamos muertos”, y sólo se oirán los consabidos aplausos de la claque.

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