Cada vez que alguien o algo - una columna de periódico - practica el optimismo, me echo mano a la cartera. Tras cada predicador, tras cada optimista, veo a un moralista de supermercado. La moralina evidente deja paso a la petición de dinero, de confianza, de fe en el futuro.
No provocar alarma social es la consigna. Como si la existencia misma del optimismo no fuera un escándalo para la inteligencia.
viernes, 21 de noviembre de 2008
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