jueves, 11 de septiembre de 2008

ODIO A LOS HOBBITS

Uno de los mejores amigos de John Ronald Reuel Tolkien, Roy Campbell, ha estado de la guerra civil española. El día 6 de octubre de 1944, Tolkien le escribe emocionado a su hijo que “este retoño de una familia protestante del Ulster se hizo católico después de esconder a los padres carmelitas en Barcelona, en vano, ya que fueron atrapados e hicieron con ellos una carnicería, y Roy Campbell perdió casi la vida. Pero salvó los archivos carmelitas de la biblioteca incendiada y los sacó de la zona roja. Habla español con soltura y ha sido torero. Como sabes, luego luchó durante toda la guerra del lado de Franco, y entre otras cosas estaba en la vanguardia de la unidad que echó a los rojos de Málaga con tanta rapidez que el general de éstos no pudo llevarse su botín y dejó en su mesa el brazo de Santa Teresa con todas sus joyas”. Su otro amigo, C. S. Lewis, es retratado con tintas negras: “Las reacciones de C. S. Lewis fueron raras. No hay mayor tributo a la propaganda de los rojos que el hecho de que él, aun sabiendo que en todo lo demás mienten y calumnian, se cree todo lo que dicen contra Franco y nada de lo que se dice a su favor (como el discurso de Churchill en el Parlamento). Pero después de todo el odio hacia nuestra iglesia es el único fundamento de la iglesia anglicana…Por ejemplo, C.S. Lewis venera al Santísimo Sacramento y admira a las monjas. Y sin embargo se subleva si meten en la cárcel a un luterano, pero cuando asesinan a sacerdotes católicos no se lo cree (me atrevo a decir que en realidad piensa que se lo merecían)”.
Estas son algunas de las ideas-fuerza de la vida de J.R.R. Tolkien, el creador, hace cincuenta años, de un universo narrativo cuya lectura se está haciendo progresista merced al éxito mundial e interactivo de las películas de la saga El señor de los anillos. Nadie parece dudar, al menos en principio, del universo incontaminado de la Tierra Media, con su vida pastoril, sus bosques animados, las flores, los setos, las “razas” que utilizan lenguas primigenias, paradisíacas, similares a las de los cantos religiosos de West Midland, con mezcla del finés, del gaélico, de otras reminiscencias primigenias.
Pero tal vez sería conveniente no olvidar el principio y los orígenes lingüísticos de la construcción de la saga de El señor de los anillos. Tolkien abominaba de toda actualidad. Nacido en Sudáfrica, dedicado a sus estudios de leyendas gaélicas, estudioso apasionado del poema romántico Kalevala, del poema anglosajón Beowulf, su reconstrucción de un paraíso originario remite al romanticismo. Como ocurriera en el siglo XIX, Tolkien alimenta su sueño en una Edad Media idealizada, en la que existe una concepción comunitaria de la vida sencilla: la sabiduría, la compasión, la camaradería, el triunfo de la Luz contra las tinieblas, el sacrificio de los héroes camino del Monte Predestinación. Frente a esa comunidad pacífica y soñada, se alzan las tinieblas y el desorden civilizatorio del jardín de Gondor, los estanques llenos de cenizas cerca de Mordor, las Tierras Pardas, las Ranuras de Gorgoroth…
Para quienes aprendimos a leer historias inglesas del siglo XIX, y a Stevenson y Moby Dick, no hay ninguna duda de que nos hallamos a las puertas de una nueva interpretación juvenil de una saga intelectual poderosa, ahora vivida en casas rurales de diseño, hablada con lenguas minoritarias, alimentada con música céltica o new age. Pero el arribafirmante siempre ha desconfiado de los beatíficos elfos y de los melifluos hobbits. Y de la propaganda de sus virtudes. Salvando las distancias, siempre ha sido un fervoroso partidario de Julio César frente a la aldea gala de Astérix y Obélix. Por eso es un ferviente enemigo del embeleco de los primitivos, de la deriva de la Comunidad del Anillo. Porque en esas aldeas, ensoñaciones comunistas, se engendran los universos de Minority report. Lo supo el autor de La guerra de las galaxias: los melifluos aspirantes a Jedis pueden acabar encarnándose en El lado obscuro.

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