domingo, 7 de septiembre de 2008

LOS CICEROTÓNICOS

Leo que a ciertos profesores de humanidades se les conoce en cierta jerga como “cicerotónicos”. Según un profesor universitario de Humanidades, los cicerotónicos añoran como enseñanzas formativas el griego, el latín y los grandes textos de Cicerón, echan de menos un Parnaso donde el latín sea obligatorio, donde no se cometa una falta de ortografía y donde todo el mundo se sepa de memoria la lista de los reyes godos. Y concluye: creen que el verdadero conocimiento tiene que ser inútil, cualitativo y no instrumental.
Al acabar de leer el panfleto, he comprobado que no había ninguna falta de ortografía, lo cual debe de haberle creado a su autor un trauma elitista. Lo de los reyes godos no lo voy a comentar, aunque el argumento, tan brillantemente expuesto, tan moderno, es un ataque contra la memoria, como lo es el desprecio del latín, del griego y de Cicerón. ¡Qué manía, qué fijación tienen los populistas de todo signo con el latín y el griego! Lenguas muertas, les dicen. Como sus autores muertos: Homero, Virgilio, Sófocles, Horacio, Tácito, Tucídides, Séneca, Ovidio, Jenofonte. Excrecencias culturales. Antiguallas. Como su mitología, como la guerra de Troya, como el laberinto, como el viaje de Ulises. Y qué obsesión con Cicerón, ese ridículo escritor de obras sobre la oratoria o la naturaleza de los dioses, ese presuntuoso pensador sobre la amistad, ese anticuado escritor de cartas a los amigos, ese estúpido autor de discursos políticos y forenses, que, desde la diatriba italiana del Quinientos, ha pasado a los institutos con fama de obscuro.
Pero la clave del ataque no es la pulcritud de la lengua. No. La clave del ataque son los adjetivos que acompañan a la forma de ese conocimiento: inútil, cualitativo, no instrumental. No instrumental quiere decir que ciertos profesores humanistas no son de este mundo, porque sus saberes no tienen nada que ver con la vida real de las habilidades sociales, una metáfora del pelotazo. Es decir, esos saberes clásicos los inhabilitan para el pesebre de los apriscos. Precisamente por ser cualitativos, o séase, no apropiados para las boyeras, inadecuados para las habilidades rebaniegas, para la plácida vida de las majadas; en una palabra, socialmente inútiles.
Porque el patético especialista parece tener claro que nadie antes, ni siquiera Cicerón, haya meditado nunca sobre la República. Nadie antes, ni siquiera Cicerón, ha tenido hermanos pequeños ni amigos. Nadie antes ha meditado sobre los amores, la familia, el viaje. Nadie antes ha sentido la soledad, la muerte o el desarraigo. Nadie antes ha conocido la traición. Nadie antes ha sido derrotado y ha meditado sobre la derrota. Y menos que nadie los latinos y los griegos. Sobre todo en este espacio que llamamos Europa. En este espacio nadie, según el patético especialista, ha meditado sobre la educación. Y si lo ha hecho en latín o en griego es que es un elitista, un partidario de la cualidad, un loco que persigue un conocimiento inútil.
No sé a qué esperan los ideólogos de la demanda social y de la compasión para derribar las bibliotecas que acogen centenares de miles de libros de esas antiguallas grecolatinas. ¿Y por qué no, ya puestos, derribar los templos, los anfiteatros, el Partenón, los coliseos, las ruinas de Villa Adriana y de la casa veraniega de Catulo, los arcos, todo vestigio de aquella civilización estúpida? De esa forma, se liberaría (¡Qué hermosa metáfora igualitaria!) suelo urbano y, en su lugar, se podrían hacer bonitas torres, acollonantes, de ochenta o noventa pisos de altura. Gráciles, elegantes, modernas, con los aparatos de aire acondicionado dando a la calle. En sus bajos de podrían construir botellódromos, lugares para psicodramas adultescentes (sic), Parnasos de libertad para el congresódromo permanente con grandes pantallas para videoconferencias (con bocatas “ad hoc”). De este modo, las nuevas generaciones no sufrirían el insulto permanente de una civilización grecolatina odiada por sus maestros, los especialistas de la compasión y de la demanda social.
Ignoro a qué viene tanto resentimiento, si los cicerotónicos no compIten por los espacios televisivos y no firman los certificados de habilidades sociales (7.845.328, en el año 2007) que pregonan la nueva y feliz ignorancia.

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