martes, 9 de septiembre de 2008

CORAZÓN DE TINIEBLAS

Decían los clásicos que, cuando aparece una gran novela, la tradición se reordena. Yo pienso, en cambio, que anuncia el futuro. Desde hace al menos cuarenta o cincuenta años, la obra de Conrad, Corazón de tinieblas (1898-1899), no ha hecho sino confirmar el futuro. Primero, el Congo; luego Camboya, a través de Apocalypse now; más tarde, Afganistán. Ahora, desde hace unos meses, el terrorismo ciego puede ser explicado como un viaje al corazón de las tinieblas de Occidente río Congo abajo. E Irak.
En todos los casos, se trata de agentes de la Compañía que han entrado en contacto con los límites de la frontera. Nosotros, la Compañía, los mandamos, los aleccionamos. Nos interesaba el marfil y allí enviamos a nuestros agentes. Pero llegan noticias confusas. Enviamos emisarios, pero algunos fueron atacados, muertos. Otros se pasaron al bando de Kurtz. Pero el Marlow de turno tiene otra visión de las cosas. Ha estado en el río, ha visto la noche, ha visitado la selva de Kurtz. Ha visto de cerca el negocio de Occidente en el corazón de las tinieblas. ¿Le llama a esto método erróneo?...No hay ningún método.
Pensemos en el nuevo Kurtz: Saddam Hussein. Como el coronel Kurtz de la película, era un agente impecable. Nosotros lo armamos. Un día lo utilizamos contra Jomeini, que había destronado a nuestro mejor agente, el Sha de Persia. La revolución iraní se detuvo, como se detuvo la invasión soviética en Afganistán gracias a Arabia Saudí y a nuestro agente especial Ben Ladén. A Saddam le vendimos gas mostaza. Le permitimos montar los laboratorios que podrían construir la bomba atómica. Por eso sabemos que lo puede lograr. Nosotros, nosotros lo hicimos posible. Pero Saddam, a diferencia del Kurtz de la novela de Conrad, se lo creyó. Y entonces decidimos que el agente especial estaba enfermo, loco. Había que sustituirlo. Además, están allí los nuevos agentes especiales, los israelíes. El marfil sigue siendo necesario.
De nuevo, como sugirió hace treinta años James Clifford, Occidente vuelve a recurrir a las fronteras, como ya hiciera Roma, contra la amenaza de su disolución moral. Vuelve la Inglaterra victoriana de Mattew Arnold: contra la fragmentación de la vida moderna, se alza la integridad cultural, esa ficción colectiva de Occidente. Conrad había escrito: “Estamos alquilados como viajeros perplejos en un hotel desordenado e incómodo”. Él, polaco, elegiría el inglés para ordenar el mundo. También Marlow se entendía con Kurtz en inglés. Viajero por los mares de China, Conrad tal vez intuía la necesidad de las soluciones clásicas: los procónsules, los virreyes, el general gobernador del Japón de 1945. Kurtz le había dicho a Marlow: “Exterminad a todos los brutos”. Porque la Compañía no puede vivir sin el marfil.
Conrad escribió en otro lugar que la empresa belga en el Congo constituyó la más vil rapiña que jamás haya desfigurado la historia de la conciencia humana y la explotación geográfica. La partida de la Estación Interior acaba así: Y entonces aquella imbécil muchedumbre de la cubierta comenzó su pequeña diversión, y yo no pude ver nada más a causa del humo. En la película, los bombarderos dejan caer sus bombas como prueba de la nueva civilización.
Tras la rapiña, el terror. Pero el barco regresa a la civilización y la Compañía quiere leer el informe de su orgullosa Sociedad Internacional para la Supresión de las Costumbres Salvajes.
Ahora, los lectores, los televidentes, miran el corazón de las tinieblas en la puerta de su propia casa, de sus lugares de recreo: la zona cero, Bali. El río Congo pasa por su propia puerta. Teníamos que respirar hipopótamo podrido sin contaminarnos. Pero no lo hemos logrado. Lo muestran sin cesar los telediarios: la selva nos ha contaminado. Asistimos, desde el confortable salón del té, a la presencia invisible de la corrupción triunfante… El horror, el horror.

No hay comentarios: