lunes, 1 de septiembre de 2008

LOS NUEVOS ÑÚES

Cuentan los libros que un día los hombres hallaron un río, recogieron hierbas, las cultivaron, crearon la agricultura. Se hicieron sedentarios. Ese paso es considerado revolucionario, frente al andurrear anterior, de cueva en cueva. Luego, domesticaron a los animales. Crearon rebaños. Pero...Había un pero. En verano, la hierba, los pastos se agotaban. Alguien recordó entonces que más al Norte o en los montes había hierbas y pastos verdes en verano. Y los hombres llevaron allí sus ganados. Luego, volvían a los valles. Cuando ese subir al monte se hizo costumbre, se creó la trashumancia. En España, con los visigodos.
Los ñúes lo hacen todos los años en el Masai-Mara. Un rebaño de cien millones de ñúes (y algunos millares de cebras) se pone en marcha cuando empieza a escasear la hierba. Andan día y noche, noche y día. Algunos, los más débiles, mueren de hambre en el camino. Luego, llegan al río Mara. Deben atravesarlo. Pero...Hay un pero. Algunas docenas de terroríficos cocodrilos esperan en el río. Los ñúes deben pasar o morir de hambre.. De pronto, el inmenso rebaño que viene detrás empuja a los que están cerca del río. Y durante tres o cuatro días, cien millones de ñúes (y algunos millares de cebras) pasan el río Mara. Poco a poco, los ataques de los cocodrilos y el amontonamiento empiezan a pasar factura. Todos los años, a la ida y a la vuelta, algunas decenas de ñúes mueren. Como la naturaleza dicen que es sabia, los cocodrilos, los leones, los buitres, todos los predadores tienen asegurado el festín. La manada de ñúes ni se inmuta. Como dijera Darwin, hijo de pastor protestante, sólo sobreviven los más aptos. En este caso, noventa y nueve millones, novecientos noventa y ocho mil ñúes (y casi todas las cebras). Cuatro meses después, la hierba se agota. Y, de nuevo, se inicia el retorno, la manada, el paso del río, la escabechina, el triunfo de los mejores.
A poco que se fijen, verán que ahora, como antes del invento de la agricultura, la trashumancia es la moda. Centenares de miles de millones de seres humanos tienen que empezar su trashumancia cada verano. El mismo día. A la misma hora. De nada valen las recomendaciones de Tráfico. Hay que salir. Hay que llegar. Todo el mundo sabe que en la autopista habrá, como en el río Mara, amontonamientos, choques, muertes. No importa. Ir, venir, moverse, se ha convertido en un instinto. Y hacerlo a la vez, todos a la vez. Los domingos, al final de julio y de agosto, llegan las estadísticas. El año pasado, en Europa, 2900 muertos. Más que ñúes. Un número indeterminado, infinito, de heridos graves, velado su número para no causar alarma social. Todos los años las mismas fotos de desechos en las autopistas y carreteras, los modernos ríos Mara. El año que viene, retornará la trashumancia: 10, 20, 30, 40 millones de desplazamientos. Y las metáforas: la partida de los ñúes, el río Mara, los cocodrilos, la vuelta, los cocodrilos. Y la supervivencia de los más aptos que, como en el Masai-Mara, son los ñúes.
Como en los reportajes del Masai-Mara, las fotos de las colas interminables no deben de ser interpretadas como un error, sino como una muestra de poderío. Lo fascinante de esta época es la transformación de un placer en una necesidad, la recuperación del instinto de viajar. Ahora que la agricultura estante se ha convertido en una especialidad, el resto de la tribu puede dedicarse de nuevo a la trashumancia. El pretexto es lo de menos. Por supuesto, nadie se va de vacaciones a descansar. Ni a buscar la soledad. Y nada digamos de leer libros, esa costumbre arcaica. Lo nuevo de los tiempos es formar parte del reguero interminable, del amontonamiento, de la bulla, ocurra ésta en las carreteras, en las gasolineras, en las playas, en las terrazas, en los aeropuertos, en las estaciones de tren, en los fuegos de campamento. Y lo más importante: esas colas, esas muchedumbres debe usted recogerlas en su vídeo para dejar constancia de que usted forma parte de la nueva sociedad civil, de la nueva vanguardia global: la de los ñúes.

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