jueves, 16 de octubre de 2008

UN LIBRO QUE NO DEBEN LEER

Un joven doctorado llega al Caltech, al Instituto Tecnológico de California, y allí le asignan un despacho junto al Premio Nobel Richard Feynman, ya amenazado de muerte por el cáncer. El libro recoge algunas conversaciones grabadas entre el joven doctor en óptica cuántica y el creador de unos famosos diagramas que revolucionaron la mecánica cuántica, amén de uno de los libros de divulgación científica más divertidos que he leído nunca (¿Está usted de broma, señor Feynman?). El libro, El arco iris de Feynman, de Leonard Mlodinow (Drakontos, Crítica, 2004), es una lección magistral, no sólo porque recoge la libertad de pensar y crear en una institución mítica del pensamiento científico contemporáneo, el Caltech, sino porque con los recuerdos de Mlodinow y con algunas transcripciones de algunas de aquellas conversaciones se construye un magisterio científico y espiritual, una excelente lección de vida.
Junto a un brillante resumen de los problemas de la física cuántica en el siglo XX, se nos plantea la existencia de dos corrientes, la babilónica y la griega (Feymnan frente a Murray Gell –Mann, otro Premio Nobel y también excelente divulgador de la nueva física), la mirada que se dirige a los fenómenos y la que se centra en el orden subyacente. Instinto e intuición, sin atender al rigor y la justificación, frente a la búsqueda de la clasificación de la naturaleza bajo un orden matemático.
Es, además, una lección de cultura científica, de planteamiento político. La institución privada que es el Caltech no ha sido sólo un vivero de Premios Nobel sino que, apartado de todos y casi apestado, allí sobrevive un postdoc como John Schwatz, protegido por Murray Gell – Mann, interesado a la sazón en una teoría del campo unificado que trabaja, como si fuera un poeta intuitivo, en un universo de nueve dimensiones y que, a los pocos años, conseguirá imponer el modelo teórico conocido como la teoría de las cuerdas.
Y en las conversaciones entre Feynman y el discípulo se oyen, amén de divulgaciones excelentes sobre las cuatro fuerzas centrales de la naturaleza, agudas e interesante teorías sobre la sequía intelectual, sobre la maduración científica, sobre el arte, sobre la enfermedad, sobre la mirada científica, sobre las formas de mirar, sobre las preguntas y las formas de hacerse preguntas, sobre el orgullo intelectual, sobre el poder de la física, sobre su visión de la diferencia entre lo que él llama imaginación artística e imaginación científica (pp. 140-141).
Ahora que parece que nos encontramos en un universo monocolor de I+D+I, es un chorro, no un soplo, es un chorro, repito, de aire fresco ver cómo funciona la mente de un hombre como Feynman, acosado, además, por un cáncer terminal y cuya muerte se nos describe con la misma grandeza y sencillez de la muerte de Sócrates. Después de haberle mostrado al discípulo novato que, ante la contemplación de un arco iris trataba de estar a la altura matemática del admirado maestro y repetía lo de la sección de cono, los colores del espectro y otras menudencias, que él, Feynman, un babilónico, creía que a Descartes le inspiró la teoría el hecho de que el arco iris era, sobre todo, bello. Ah, los griegos.
Por todo ello, les recomiendo que no lean el libro. Especialmente a las autoridades políticas y científicas. No vaya a ser que copien la idea de una institución privada (o pública, tanto da) dedicada a la alta investigación; no vaya a ser que sea posible que un director de departamento te convoque al despacho para conocerte y te espete en la primera reunión: “Explore, doctor Mlodinow. Aprenda lo que está haciendo la gente. Quedará sorprendido y, así lo espero, estimulado. A partir de hoy usted también forma parte de nuestra gran tradición intelectual. [...] Usted es un agente libre. No tiene que rendir cuentas a nadie sino a usted mismo…Usted tiene la palabra. Le damos libertad porque hemos juzgado que usted es lo mejor de lo mejor y confiamos en que con esta libertad hará cosas grandes.”

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